La incertidumbre provocada por la crisis actual parece generar una peligrosa reacción en cadena que puede paralizar la producción y distribución de riqueza y bienestar. El grado en que la incertidumbre se manifiesta depende en gran medida de la seguridad del entorno social, entendida en sus dimensiones más básicas: seguridad alimentaria (satisfacción cotidiana de las necesidades nutritivas), seguridad física (ausencia o control de la violencia; salud ...), seguridad ciudadana (garantía de las libertades y derechos fundamentales en una formación política), seguridad económica (expectativas fundadas sobre el rendimiento positivo de las inversiones, de capital, trabajo o de cualquier otra naturaleza). En consecuencia, la falta de seguridad, la inseguridad, podría convertirse en un freno importante al progreso social y económico.

El África subsahariana presenta un contexto particular donde revisar esta relación entre seguridad, confianza, y desarrollo: los africanos se han adaptado (economías "informales", africanización de los sistemas políticos, incluida la democracia ...), a vivir con una crisis estructural y con una inseguridad persistente, y lo han hecho generando soluciones donde nuestras concepciones de desarrollo parecen inoperantes, donde las agencias internacionales y privadas de la cooperación han fracasado: nos pueden enseñar algo.

El subcontinente conoció una crisis profunda y continuada desde finales de los 70 hasta mediados del 1990, crisis en el sentido económico clásico, es decir, un decrecimiento más o menos seguido del PIB. Esto explica en parte que, en muchos casos, la pobreza no se haya reducido, sino que ha aumentado, incluso en países donde la violencia ha estado presente o ha sido moderada. Los datos sobre el componente distributivo de la actividad económica subsahariana desmienten el supuesto recuperación del componente productivo: el sufrimiento vital y la falta de bienestar persisten con elementos de la cotidianidad africana.

De hecho, las economías africanas, a pesar de los condicionantes extremadamente difíciles en los que han sido enmarcadas desde las independencias, se han mostrado creativas, tanto en el registro mal llamado "informal" como en los nuevos contextos empresariales urbanos e internacionales, más ortodoxos. Estas iniciativas se imbrican con otras prácticas económicas dichas marginales o tradicionales. En África, la confianza social se establece a menudo a través de vínculos colectivos que nos pueden parecer anacrónicos y sui generis (clanes, sociedades iniciáticas, grupos religiosos ...), pero que conviven, y con frecuencia modelan, otros que nos resultan más modernos, más ligados a las elecciones individuales (empresas, sindicatos, partidos ...). Estos vínculos plurales nutren el asociacionismo socioeconómico y ofrecen una alternativa frente a las condiciones de inseguridad, a veces terribles, que sacuden regiones enteras del continente.

No tener en cuenta estos fenómenos supone perpetuar la falsa creencia en un modelo de desarrollo universal y probado y perpetuar sus fracasos, tan patentes al sur del Sahara. Las convulsiones de la crisis, que obligan a tomar conciencia de los límites de la ayuda internacional, podrían paradójicamente forzar un horizonte de desarrollo más abierto, más realista y, tal vez, más efectivo.